La mayoría de los conservatorios actuales obvian la insuficiencia de la práctica instrumental exigiendo que el principiante siga cursos de solfeo. No obstante, acontece con harta frecuencia que por una parte el solfeo es demasiado cerebral, exclusivamente teórico y por otra que se enseñe el instrumento de manera puramente instrumental. Al dirigirse ante todo a los ojos, los dedos, la digitación y el cálculo métrico, se crea una disociación con los elementos musicales propiamente dichos: el instinto rítmico y el oído musical (la audición interior sobre todo), elementos esenciales en la educación musical.
La educación musical propiamente dicha se sitúa más allá de toda aplicación instrumental y concierne a los elementos fundamentales de la música: sentido rítmico, oído musical, sentido melódico, nombres de las notas, grados de la escala, improvisación, conocimientos armónicos. Puede comenzar desde la edad de 3 ó 4 años, si el educador dispone de abundante y variado material didáctico auditivo y si, además de dicho material, se ayuda con canciones infantiles y ejercicios rítmicos corporales.
Una práctica auditiva y rítmica puede preceder a la teoría musical y asegurar las bases sensoriales, físicas y afectivas de la educación musical. Estas bases conciernen especialmente al aspecto "arte" de la música, al que oponemos aquí el aspecto "ciencia"; en otros términos, la educación opuesta a la instrucción, distingo que tiene gran importancia desde el punto de vista pedagógico.