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LA CASA POR EL TEJADO, por Lorena Lara























Fomentar los conservatorios profesionales, dice la Consejería de Educación que es su propósito. Como siempre, así andamos, comenzando la casa por el tejado.

Un Conservatorio Profesional de Música, se supone, forma profesionales. Sin embargo, según el decreto que regula las enseñanzas elementales de música, la finalidad y el carácter del grado elemental (incluida la iniciación musical) son, entre otros, ofrecer una formación artística de calidad y garantizar el conocimiento básico de la música, prestando especial atención a la educación musical temprana y al disfrute de la práctica musical y de la música como arte.

En primer lugar, supongo que dejando de lado leyes y conflictos administrativos y económicos, todos los niños y niñas de nuestro país deberían tener derecho a UNA FORMACIÓN ARTÍSTICA DE CALIDAD y AL CONOCIMIENTO BÁSICO DE LA MÚSICA, por lo que resulta fundamental la existencia de conservatorios elementales de música en cada distrito o zona, los cuales, además, deberían integrar la danza.

Mucho más, diría yo, que un ordenador portátil para cada niño español, que no es nada relevante para su formación.

Sin embargo, la tendencia es a centralizar toda la enseñanza musical en los conservatorios profesionales de cada ciudad, lo cual supone un total alejamiento de la música de todas aquellas familias que no pueden desplazarse hasta el centro o los centros de las ciudades con sus hijos pequeños varias tardes a la semana. Además, también es diferente la calidad de vida y la percepción de la música de un niño o niña que se desplaza paseando o en bicicleta hasta su clase de música, después de haber podido salir del colegio y comer tranquilamente, y pudiendo pasar a la vuelta por el parque del barrio y jugar con sus amigos, que el que necesita ir con sus padres en coche o autobús hasta la otra punta de la ciudad a clase de música, a la cual llega cansado y de la cual regresa a casa a la hora del baño, la cena y a la cama.

Supongo, que sería mucho más coherente fomentar los conservatorios elementales, en los cuales cualquier niño o niña pudiese desarrollar todo lo posible su potencial musical y asentar unos buenos cimientos de musicalidad. El que después continuase o no un camino hacia la profesionalidad no debería ser determinante.

Por otro lado, deberíamos preguntarnos, qué es ser músico profesional, ya que la educación musical de los conservatorios en general está destinada a formar a músicos que sean capaces de aprender la técnica compositiva e interpretativa de un repertorio caduco perteneciente a los siglo XVIII y XIX. Sin embargo, no es esa la única vertiente profesional de la música. Quizá este sería otro punto pendiente de la educación que nos compete.

John Blacking, pianista y etnomusicólogo inglés, abandonó el piano y se dedicó a la investigación etnomusicológica después de vivir una serie de experiencias que le llevaron a una reevaluación gradual de su propia cultura y sus valores. Una de las cosas que llamaron la atención de Blacking en el tiempo en el que convivió con los Venda, por ejemplo, fue que para la población Venda es impensable plantearse que haya personas exentas de musicalidad. La música forma parte del desarrollo de las personas que conforman la población, y nadie queda excluido de su práctica. Se considera un componente social indispensable. Verdaderamente, recomiendo la lectura de su libro ¿Hay música en el hombre?, publicado en Alianza.

Que hasta ahora un niño o niña tuviese que esperar a los ocho años de edad para poder acceder a la enseñanza de la música es algo incomprensible. Es un claro síntoma de descuidar la base de la formación de las personas. Todos sabemos la importancia de la educación infantil, es fundamental para el buen desarrollo de las etapas posteriores. Luego, nos quejamos cuando nos llega un chico o chica de ocho años (o de más) y decimos, “por Dios, qué mal canta”, y se nos hace costosísima su educación en grado elemental.

Por otro lado, también se les restringe el acceso al conservatorio de música a nuestros niños ancianos de nueve años, por muchas cualidades que tengan. Por tanto, se acaba restringiendo la posibilidad de educarse musicalmente, al menos con buenos resultados, a aquellos que de manera innata tienen el don de la música y que sortean todas las dificultades que en el camino de su aprendizaje se plantean, obteniendo como resultado, por tanto, un evidente elitismo.



Por una educación para todos,

¡Felices vacaciones!

Lorena Lara




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